Álvaro Domecq Romero siempre fue Alvarito como manera cariñosa de distinguirle del extraordinariamente brillante don Álvaro Domecq y Diez. No le pesó la condición de ser hijo de quién era, al contrario: Aprovechó la escuela para desarrollar una importante carrera torera y un proyecto de reconocido prestigio internacional al frene de la Real Escuela del Arte Ecuestre. Ser heredero de dicha estirpe no le frenó, fue un acicate para lograr el éxito en cuantos compromisos asumió.
Alvarito representó la grandeza del rejoneo en sus años dorados, cogiendo la estela de su padre con detalles de carácter como echar pie a tierra o matar con estoque en vez de rejón de muerte en las ocasiones señaladas. Se consolidó como gran figura alternando durante 26 años en los mejores carteles tanto abriendo la tarde como caballero rejoneador como actuando con los jinetes de la apoteosis.
Su despedida en plenitud marcó a una generación. Un acontecimiento que se recupera por haber compartido su protagonismo su propio padre, Alvaro Domecq y Diez, su sobrino Luis Domecq y sus compañeros de profesión: Ángel y Rafael Peralta, Fermín Bohórquez, Lupi, Vidrié y Leonardo Hernández. La torería a lomos de Opus 72 como cierre glorioso de una mañana para la historia. Aquella retirada sorprendió a muchos: 45 años de edad, todos los conocimientos del toreo a caballo, una cuadra insuperable… Sumaba entonces 1.658 actuaciones y haber rejoneado más de 3.000 toros. Aún le quedarían unos pocos en festivales beneficios.
Se volcó en la fundación de la Real Escuela del Arte Ecuestre de Jerez de donde han salido los mejores jinetes del mundo así como la creación de diferentes espectáculos, algunos desarrollados en la emblemática finca de Los Alburejos. ‘Así bailan los caballos andaluces’ o ‘A campo abierto’ fueron ideados por él mismo.
Se nos ha ido Álvaro Domecq Romero que creyó en la bravura de Torrestrella, que transformó el arte del rejoneo y que potenció la marca España por todo el mundo gracias a su doma.
Tuve la suerte de estar en su casa hace un par de años con mi compañero Javier F. Mardomingo y el excepcional aficionado Genaro Escudero donde encontramos un hogar entrañable y sincero presidido por la complicidad intacta con su mujer, Maribel Domecq Ybarra. A quien me gustaría mandar un abrazo, extensivo a toda la familia, a través de estas líneas. En aquel museo nos relató con cariño la admiración por sus caballos, por sus compañeros y su pasión por el toro. Una vida en la que vivió muchas vidas. Que Dios le tenga en su gloria. Vaya ejemplo nos ha regalado.

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