La desaparición de los cómicos taurinos

por | 02/12/2025

Cuando yo era un niño, el Bombero Torero, espectáculo cómico-taurino-musical, era un número obligado en las fiestas de mi pueblo, Morata de Tajuña. Normalmente se celebraba un sábado por la noche y la plaza se llenaba hasta los topes. Año tras año siempre era lo mismo, pero no importaba. Todos acudíamos tan felices para volver a reírnos con las mismas gracias. En el festejo se lidiaban tres reses. Un becerro para los toreros cómicos, otro para los enanitos y un novillo para un novillero incipiente. Este novillo era la parte seria del espectáculo. Entre la lidia de una res y otra, había una serie de entremeses en las que enanitos y cómicos hacían toda clase de pillerías. Nunca faltaba una banda de música de muchos componentes para amenizar todo aquello. El Bombero era el mejor, pero tenía unos cuantos grupos de imitadores que también toreaban mucho, porque la presencia de uno de estos espectáculos cómicos era obligada en todas las ferias taurinas, grandes, medianas y pequeñas. Los empresarios anunciaban siempre un cómico taurino porque era un espectáculo barato que siempre se llenaba. Muchas veces los cómicos fueron los que salvaron de la ruina a muchos empresarios, que no habían ganado dinero con las corridas de toros o novilladas formales que habían organizado en sus ferias.

Los espectáculos cómico taurinos modernos arrancaron en 1916, con la cuadrilla de Llapisera, Charlot y su botones. Rafael Dutrús y Carmelo Tusquellas, habían fracasado como novilleros serios y se ganaban la vida toreando en las muchas capeas que entonces se celebraban en Cataluña. Fue Eduardo Pagés el que les convenció para que esas diabluras que hacían a las vacas toreadas de las capeas, las hicieran en plazas con palcos y de manera organizada. El éxito fue espectacular. Pagés ganó tanto dinero con el invento, que eso le permitió convencer a Juan Belmonte para reaparecer en 1925. Fue la primera exclusiva de la Historia del Toreo, veinticincomil pesetas por corrida en un momento en que las figuras ganaban sietemil… pero volvamos al toreo cómico. En un momento dado, Rafael Dutrús “Llapisera” acusa a Pagés de haberle timado y de haberse quedado con todo el dinero. Entonces se independiza y funda la banda “El Empastre”, que será una institución durante muchos años. Y en esa agrupación se formó Pablo Celis “El Bombero Torero”, que será el espectáculo de referencia durante cincuenta años, de los cuarenta a los noventa.

En el invierno de 1991 se estaba debatiendo el reglamento taurino que se promulgaría en 1992. Un periodista llamado Antonio Sánchez hacía un programa de radio los domingos a mediodía en el restaurante Mayte Commodore, en la Plaza de la República Argentina de Madrid. Le gustaba invitar a los aficionados más jóvenes e inconformistas de Madrid para que diésemos nuestra opinión. Lo cierto, es que Antonio Sánchez era muy valiente, porque con nosotros, la bronca con los profesionales del toro estaba garantizada. Hay que reconocer que debido a nuestra impulsividad y nuestros planteamientos radicales, no solíamos tener razón. Pero una vez, sí la tuvimos. En realidad yo tuve la razón, porque fui quien avisó de lo que iba a pasar. Hago memoria. Los toreros cómicos pidieron que la parte seria fuese suprimida argumentando que encarecía el festejo innecesariamente. También pidieron que no se matase a los becerros por aquello de no traumatizar a los niños. Sus demandas fueron atendidas. Yo advertí que eso iba a suponer el fin de los espectáculos cómico taurinos. Mi advertencia fue despreciada por los toreros cómicos allí presentes. Qué iba a saber un veinteañero sin experiencia ninguna en el asunto, dijeron. El paso de los años ha demostrado que acerté plenamente.

Mientras hubo parte seria y los becerros morían estoqueados en el ruedo, el espectáculo cómico taurino formaba parte del Toreo. Se trataba de una versión grotesca y distorsionada de la lidia, pero la liturgia se cumplía, porque el becerro rendía su vida en la arena. Por otra parte, la lidia de un novillo en la parte seria (o dos novillos si se trataba de una plaza de primera o segunda categoría), tenía el aliciente para el aficionado de descubrir un nuevo fenómeno. Maestros de la talla de Manolete, Antoñete, Dámaso González o Espartaco, velaron sus primeras armas en estos espectáculos. Cuando se suprimió la parte seria y la muerte de la res, los aficionados dejaron de llevar a sus hijos a ver aquello. Porque eran los aficionados los que llevaban a sus hijos. Nadie no aficionado llevaba a sus niños a festejo tan sui géneris. Los aficionados dieron las espalda a los cómicos cuando el espectáculo dejó de ser taurino para pasar a ser circense, ya sin ningún halo trágico ni dramático, elementos absolutamente necesarios en lo taurino. Y en poco tiempo los espectáculos cómico taurinos dejaron de anunciarse.

En estos últimos años hemos asistido a varias polémicas porque algunos ayuntamientos, a instancia de sus concejales de izquierdas, prohibieron la celebración de espectáculos cómico taurinos porque los consideraban una vejación para los enanitos. El buenismo progre impidiendo a unas personas ganarse la vida, en un una demostración de hipocresía absoluta. Pero no nos engañemos, estas polémicas han sido una anécdota, porque desde hace veinte años, estos espectáculos llevaban una existencia marginal porque apenas se celebraban.

Esta triste historia supone un aviso a navegantes. Y muchos taurinos deberían tomar buena nota. El empeño constante por quitar al toro su integridad o la profusión de indultos injustificados, no hacen ningún bien a la Fiesta de los Toros. Porque cuando se altera la esencia, y se suprime el riesgo y la dureza, esto acaba siendo un ballet aburridísimo. El triste final de los espectáculos cómicos debería hacer reflexionar a todos esos profesionales que quieren una Fiesta sin sangre ni sobresaltos. Pero no recapacitarán. Con ellos no hay quien pueda.

Etiquetas:
Cómicos taurinos Domingo Delgado de la Cámara Opinión
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