En esta Semana Santa de lluvia intermitente y mucho frío, el Cristo del Cachorro regresó esta vez a su casa por el Puente de su nombre –entre toldos que parecían estar sacados de un antiguo mercado de Triana-, y los nazarenos del Baratillo ya llevaron en sus zapatillas el albero de la Plaza de toros hacia la Catedral. Atrás quedaron días de procesiones, y la Ciudad empieza a transformarse para vivir la Feria y sus tardes de toros; una ciudad que en pocos días pasa del silencio y el recogimiento más absoluto, al baile, la alegría y el bullicio, entre una atmósfera de colores.
El día de la Pascua de Resurrección, Sevilla abre cada año su plaza de toros celebrando su corrida más importante. Pero hablar del Domingo de Resurrección es hablar de Curro Romero, la persona que más veces se vistió de oro en tan señalada fecha. Un torero singular, que aunque ha huido siempre de la popularidad, se le admira como un verdadero mito, como casi un semidiós, y al que en bares y tabernas se le venera poniendo fotos suyas al lado de las del Gran Poder o la Macarena. Basta con darse un paseo por el centro para descubrir auténticos santuarios del currismo.
Ahora hace justo medio siglo que Curro debutó en la Real Maestranza y la gente sigue recordando sus faenas con detalles; recuerdan, por ejemplo, el día en el que se celebró la corrida, color del traje de torear que el diestro llevaba o aquel natural que les llegó al alma. Así es Curro Romero, convertido en icono por la ciudad de Sevilla y en leyenda por el pueblo. Seis toros, seis –como seis son los relojes de la calle Sierpesfueron los que estoqueó aquella célebre tarde en las que cortó ocho orejas en el coso maestrante y en la que fue obligado a dar una vuelta al ruedo tras torear a un toro con el capote. Pero a Curro había que verlo también vestido impecablemente con su chaquetilla de solapa, atravesando la calle Iris entre las masas, o haciendo el paseíllo en esos sesenta y cuatro pasos que han llegado a contar sus seguidores y partidarios. El Faraón de Camas, como también es conocido, está brillantemente inmortalizado junto a la Plaza que tantas veces le vio triunfar, aunque su porte bien pudiera parecerse al de un emperador de la vieja Itálica. Su forma de interpretar el toreo, lleno de magia y de pureza, despierta pasiones en todos los ruedos que pisa.
Por otro lado, nadie ha conseguido torear con la edad que Curro Romero ha llegado a torear sin haberse retirado nunca. Un caso único, que ha sido fuente de inspiración de artistas, y su forma de vivir, sentir y torear, -es decir, ser “currista”- ha sido reconocida por un juez como una auténtica filosofía. Maestro de sabias enseñanzas dentro y fuera de los ruedos, Francisco Romero López, Curro, a secas, es el único espada que llega a alcanzar dones de divinidad en todos los rincones de la antigua Híspalis. Recuerdo que en cierta ocasión, entré en un establecimiento y me llamó la atención el cartel que allí se mostraba anunciando las corridas de nuestra Feria abrileña. Arriba, donde solía figurar la temporada a la que corresponde, pude leer: Año 5 D.C. Extrañado, pregunté a la dueña que qué significaba aquella expresión, y al poco tiempo, pude saber lo que aquel cartel encerraba y quería decir: Año quinto Después de Curro. Por eso, Curro Romero, es y será en Sevilla un torero insustituible, su torero eterno. Y esta tarde, cuando las gitanas vendan matitas de romero por la Torre del Oro y frente al río, cuando se vuelvan a abrir las puertas del patio de cuadrillas y todo parezca que vuelva a nacer con renovadas sensaciones, Sevilla seguirá añorando la presencia de su genial torero, aquellos lances de Curro acariciando levemente el albero de la Maestranza al ritmo y compás de un cante por soleares… El torero es un asceta/que lleva a Dios en el alma/y reza con la muleta./ Dicen que Dios fue torero./Mandó un profeta a la Tierra,/su nombre es Curro Romero.

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